07 noviembre 2007

Mores

- 1 -
mores

¿Y tú de quín eres, mores?
Mayeando y casi sin aliendu se apaecía aquella mujer subiendo el Cuestu. Embozáa de negru, negru de años, negru fatigáu por el labarientu de la vida y la muerte. No conocía la mi cara ni supía acaldame en denguna de aquellas quimas familiares en que la alcordanza escazaperaba las gentes del lugar. ¿De los perros? ¿Quizás un grillu? ¿O esi visaje no sedrá de los de la Macona? Imposible sabelu. Allegase a la carretera y alcontrase con esa caruca de chicu endinu sin reconocela no era pusible.
¿De quín eres, mores?
Sentencia cincilla pero jonda, como una torca encoroná de rajas muy aparente que escuende el abismu. No priguntaba por el nombre de la mi madre ni el mi apillíu. No, quería saber munchu más. Una rispuesta daprendía hacía tiempu: ni una palabra, ni un nombre, sino toda una genealogía del pueblu.
Y prestábame que así juesi. Al sentir esa historia chospaba por adentru al poder bieldar quín era yo y los míos. Supía antes de parlar que aquella mujer sonreiría al discurrir quín juerin. Se alcordaría de la que aselaba prontu en casa dimpués de costodiar en secretu a Las Nieves perseguía; al atullicíu justu y secu, gutu y cariñosu; a los que trespusierin bien luegu a la ciudad a entrar a servir en casa ajena; a los que medrarin con un sudor que abora campizaba en la mi cara.
De Tina, la nieta de Segunda, la de la Marina.
Llamatos y nombres en una mistura capaz de desplicar toda una historia.


- 1.1 -

la mujer cincilla

Una sonrisa surdió cuando pasó al milicianu. Sin duda tamién él riía en aquel labarientu de sangre y guerra que les bía tocau vivir. Ella siguiría saludando con calma y él moscaría toda la tarduca convincíu de que el esenemigu no moraba en aquel pueblu; aunque escuendieran a aquella virgenzuca con una devoción que a él apaecía inorancia.
Ella caminaba a pasu quedu sopandeando la su cara escaramuzáa. Cinco años con goterones el invernal de Castaños y ni una gota desde que Las Nieves durmía allá entre la herba secu. Milagru, cavilaba para sí, milagru, ni una gota cullando de las riostras, ni una teja caída.. Imagen que ensuga agua y sangre; muerte que no apaez en aquel valle: milagru entre brañas.


- 1.2 -

el atullicíu

Aquel día espertó rutando el atullicíu. Jacía tiempu supía que angu raru pasaba en los invernales, pero solo dimpués de repasar todo los socedíu alcontró una rispuesta clara. Bía entendíu que cuando desaparecían todos aquellos triques siempre estaba enredeor la mesma persona: Colás el de la Gerra. Al principiu esapartó esa idea de la su sesera porque no podía creer que el su compañeru estuviera en ellu. Sí, era angu rarolón y gutu en las largas tarducas allá riba en el monti, pero de esu a más… Sin embargu, tenía de ser él. Así que esa mañana, dimpués de la parva, trispuso a Los Tres Fresnos con su zurrón, sus aperios… y un plan.
Pocas cosas de valor tinía, pero la su navaja de afitar era una de ellas. Bía sentíu alabanceala cada vez que la sacaba por las mañanas y se afitaba delantre un espeju escascaritau; estaba siguru que con tan güena ocasión se alamparía el ladrón. Así que en cuantu se allegó al invernal y vio a Colás echau a la sombra del fresnu echó el anzuelu, dejando la navaja juntu al zurrón en el bocarón. Unas pocas palabras sobre el tiempu y el trebaju y por allí marchó el atullicíu con la cabeza más en cazar al ladrón que en acurriar las vacas.
Pasó una mañana, un meyudía y una tarde. Y el atullicíu se golvió al invernal primiendo la su vara fuertemente comu calmando el rencor que surdía en la su alma. Porque jue comu asperaba. Ni había navaja ni estaba Colás. Solo el zurrón. Solo la ira.
Una ira que no se estuvo cuando se alcontró al trajinador en la cambera de la Peña. Colás negó una, pero la sigunda no aguantó. Reconoció la navaja y con ella tamién el chisqueru de praos, el jermosu de agostu, la vara de sitiembre. Munchu más no pudo icir. Porque el atullicíu, aunque confiau y tranquilu de diariu sacó el su cuchillu y cortó la oreja a Colás:
Los ladrones, marcaos tien de ir.
Sentencia atávica que Colás no pudo sino aceptar. Pasaron los meses y todo quedó olvidau y el atullicíu quedó calmau. Pero dendi aquel día aquel jue Colás el Marcau.

- 1.3 -

la que trispuso

Rumirías, fiestas y baile asgaya; mozos cortejando juntu al ventanucu, risas picaronas de mujeres y duendas campanilleras. Esu era antes. Antes de abajase a la ciudá. Antes de vinise a jacer jortuna, a llenar la faltriquera… a sobrevivir. Amirábase al espeju y no se reconocía. Era el miedu, la rabia que cubría la su cara día a día trebajando, sirviendo, siendo criáa. Porque si acá había un señor y una señora, ella no lu era. Estaba abaju y tenía de sabelu. La nochebuena abrierin el su corazón y dimpués de cucinar y servir la apurrierin un platu a la su mesa. Que coma con nós la criáa. Bondad infinita. Caridá sin límites de quin no camienta que el otru sea comu él.
Trebaju duru que solu deja alegrías para el dumingu, a la tarde; dimpués de todas las ubligaciones. Pujíu daprendíu que vivirá toda la vida. Siempre sedrá malu, siempre jue mejor antes. Generación esmaná en el progresu y la engarra a diariu con la probeza.


- 1.4 -

la arbolariona

Coger la furgoneta de Los Jornos era la felicidad. Era dejar atrás los trajines cansos y duros, el soberau chicucu y escuru y aquella pozona escrupía de genti, jumu y problemas.
Golver al solfeteu, golver a ser el centru de todos. Golver a ser cría. Una güelta curta y con final triste, pero suficiente para ganar juerza.
Dejar de servir, de añorar, de suspirar.
Juerza y más juerza atropá en lo que morre para remanecer en lo que vive.
Otra vida, otra genti, otru terrenu.


- 2 -

los mis amores

En cuanto arrabearin dejé de aguantar las glárimas y dos goterones esbalagarin por los mis papos. Sin mudar la cara, sin mover un gonce; pero con un augua salada cullando por las mis barbas y empapando el mi rostro. Aquellas dos figuras se esmanban caleya abaju y yo siguía allí, mirándolas.
Los mis amores, dos.
Con las glárimas surdió tamién todo lo que ocultaba siempre que ellas estaban conmigo: el dolor, la angustia, la pena… Sobre todo la pena. Golví a sentir la bujana que cumía el mi arca, la su tiez de aceru alifazandome día a día, acordanza del mi destinu. Dejar de velas. De ver los sus ojos clisaucos escuchando las mis historias, las sus maninas buscando las mías, las sus palabras cincillas de amor. Aquellas dos cosinas que bían cambiau los mis tres últimos años no tinían de sabelu. Caltenía cada día toda la mi juerza para ellas, cubijando las mis tristezas. Ya no podía enrear con ellas o escurrilas a la calle. En breve no estaría.
Porque achisbaba cerca esa señorona que vinía a buscame de negru, negru de lutu, negru de muerte anejáa, cudando quin sedrá esi que tien de llevase siendo tuvía mozu. Una madrugá bien luegu sentiré la su voz.
¿De quín eres, mores?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Paez cumo si, peán-peán, mos huera íu penetrando el oral de Behu.

El día que, en tal de enhertar uena quima en mala planta, mos aterminaramos a plantar namás del uen héneru... Esi día dábamos otru trancu alante.

Y uen héneru, arredeor tuyu, undiquiera lo tienis...

No estuvo mala, no.

(Chamental, no mos ciernas lo del "mores" por esos mundos... Que es algo mu nuestru. Dehá-moslo pa nós, masque namás sea eso)