16 mayo 2013

Allá va la despedida

La vecera se acaba. Después de 343 entradas, creo que ya no queda nada más que decir. Más de seis años de comentarios semanales que releídos con la distancia del tiempo muestran pocos cambios y muchas repeticiones. Demasiadas. Gracias a todos los que algún día leísteis estas líneas tan personales.

Ahora me quedaré arrimadito a la pared, mirando y remirando el polvo y la piedra; y después echaré a correr por caminos desconocidos y volveré a los pueblos, a los pueblos que están cerca de las brañas…

09 mayo 2013

Recuerdo de infancia

Allí arrimadito a la pared, mirando y remirando la piedra y el polvo. Arrimadito a la pared conciendo con las preguntas de los que pasaban:


- ¿Qué tienes, hombre…? ¿Por qué lloras?

Cada interrogación era un espino; un sorbo de agua de tueras de las más amargas; una ramita de escajos, pincha que te pincha en la sensibilidad. Nada más que habían pasado unos instantes. Recuerdo avivado de un quebranto reciente en unas penumbras vespertinas. Unos iban con leños en las espaldas; otros, con una yunta muy campanillera; otros, con un apero moreno de sol y de polvo; otros, con unos cántaros bermejos, en cuya boca temblaba el agua recién nacida. Y todos se detenían y escuchaban mi llanto.

- ¿Qué tienes, hombre…? ¿Por qué lloras?

Yo no decía nada. Yo seguía allí, quietecito, con la cabeza agachada, secándome las lágrimas con la boina. Yo estaba lejos de mi pueblo. Estar lejos del pueblo de uno en años de infancia es sentir por las noches muchas ganas de llorar, de escaparse; de correr fugitivamente por los caminos que no se conocen; de llegar en un momento al escaño de las rodillas del padre; al escaño de plumas de garzas que tienen todas las madres en el regazo.

Es estar lejos de los amigos; de los viejos que nos riñen cuando les hurtamos las ciruelas; de la bolera; de la campa; de los mendigos que pasan con escarcha en las barbas; de los montes zarcos que se llevan cantando todo el día con coplas de silbos, de balidos, de campano, de pajaritos.

Yo era entonces un muchacho de botica en un pueblo tramontano sin ovejas, sin brañas, sin robles, sin perros barcinos de pastores. Y las noches eran un tormento, señor. Me persignaba y rezaba a San Antonio bendito, a la Virgen de las Nieves, a Santa María, al buen Dios de los labradores. Por las buenas almas de la caridad, por los caminantes, por los desamparados. Todo lo que me habían enseñado hacía poco, mientras trajinaban silenciosamente unas ruecas amarillas y se llenaban de luna, de viento o de tempestad las noches agrarias. Después meditaba con ansia de cosas de mi pueblo. Veía las vacas duendas con unas campanillas relucientes como adornos plateados de casulla. Veía las peonzas de zumbel repintado; los pitos de ramita de nogal verde; los rizos de las corderas; la coronilla pulida y simpática del emboque; la campana grande de la torre; los estadojos puntiagudos de los carros; los rabiones espumosos del río, que no sé por qué me parecían siempre una risa larga y alborotada de las aguas.

Y pensando en estas delicias los labios comenzaban a ponerse trémulos. Y después el sollozo en las tinieblas, tiritando, con los ojos muy abiertos, en un cuarto de muchacho de botica, con una lucera que me traía parpadeos milagrosos de las estrellas; tamborileos rápidos de los granizos; saludos de buenas noches luneras o runfidos del viento. El sollozo, el sollozo, que es la jaculatoria más inmensa, la jaculatoria más sentida que yo podía rezar a mi pueblo, a mis padres, a mis amigos, al río, a la braña, a las camberas. Cansancio del llanto. Ya estaba la pena exprimida como un limón verde, como unas grosellas sin madurar, como unas mayuetas sonrosadas de las cumbres. Alba del consuelo en mi corazón. Yo crecería y me pondría robusto y volvería a mi pueblo muy bien vestido. ¡Sería delicioso quedarse allí para siempre, para siempre! Todos me mirarían muy contentos al verme tan arregladito, tan colorado como el hijo más pequeño del médico, como el hijo del recaudador, que tenía una nariz de pájaro. Todos me preguntarían que cómo me iba en la botica; que si iba a misa los domingos y las fiestas de guardar; que si había vacas de buena raza; que si era fina el agua; que si era obediente para con los amos. Yo, tan alegre, tan jovial, respondería a todos, dándome un poco de importancia, remirándome la chaqueta nueva, la sortija de aljófar, los zapatos rubios. Y así me dormía todas las noches con el cantar de los pensamientos, con estas delicias de la imaginación, engurruñadito, con la sonrisa que yo había leído que tenían los niños tristes de las leyendas.

Aquel día fue para mí una tragedia. El boticario tenía un hijo que era el tiranuelo de la rebotica, el tiranuelo de los muchachos pobres del barrio. De vez en cuando me maltrataba con inclemencia. Al principio me estaba quieto. No me atrevía a levantar el puño como hacía en la aldea. Aquél era el hijo del señor. Y en el pueblo me habían enseñado a respetar mucho a los hijos de los señores. Pero, poco a poco, fui cogiendo confianza. Ya no me era tan extraño el ambiente. Una vez amenacé con un descaro impetuoso. Me ardían los carrillos de coraje. Me temblaban de ira los labios. Sentía en la conciencia los primeros tormentos de la humillación…

Así fue pasando el tiempo. Hay mañanas que se levanta uno con el ánimo destemplado, con un enojo raro, amarguísimo. Aquella mañana no estaba mi espíritu para hacer regalos de paciencia. Y al primer ademán provocativo del hijo del boticario, mi puño fue como un pequeño mazo de machacar los terrones de la mies. Enardecimiento del brío, de la casta, de la venganza, del rencor. Mi tiranuelo huyó despavorido como una rámila, como una comadreja, como un raposo. Me quedé en la rebotica lavando los morteros, que me recordaban los almireces de mi pueblo. Después vino lo otro, la represalia, el castigo. Yo tenía unos libros maravillosos en mi criterio adolescente. Unos libros que iba comprando mi padre con la pobre cosecha cultivada todos los días, todos los días, todos los calores, todos los fríos, con su regatón de ciego, con su tino prodigioso. “Las tardes de la granja”, los cuentos de Nesbit, “Las veladas de la quinta”… Eran mis devocionarios, señor. Eran el tabaco que debía haber fumado mi padre, el sacrificio, el amor, mil ganas de una cosa y no saciar esas ganas sencillas, pertinaces, para poder comprar uno libros al hijo. Estos libros inolvidables los vi rotos, destrozados con una saña bárbara de lobo pequeñito. Vi pedacitos de sus páginas, muchos pedacitos de sus páginas revoloteando en torno mío, cayendo como pavesas en la losa de la rebotica. No sé lo que se me rompió en el corazón. El recuerdo todavía me acongoja, la memoria parece que quiere comenzar a llorar. Perdona lector estas cosas tan insustanciales y tan íntimas.

Vi mis libros despedazados por las manos vengativas de mi tiranuelo. El ambiente me pareció lleno de hostilidades. No podía estar allí, entre aquellas ruinas blancas de mis libros. Salí a la calle con un desconsuelo de niño que busca a su madre y no la encuentra. Y me arrimé a una pared a devanar mis penas. La gente pasaba.

- ¿Qué tienes, hombre…? ¿Por qué lloras?

Yo no decía nada. Seguía allí, quietecito, limpiándome las lágrimas con la boina. Después eché a correr por unos caminos desconocidos… Y volví a los pueblos, a los pueblos que están cerca de las brañas…

La Braña (1934), Manuel Llano

02 mayo 2013

En paz

Hay una teoría sobre la situación lingüística en Cantabria que me gusta especialmente. Resumiéndola vendría a decir que existen tres códigos lingüísticos que de alguna forma conviven, o convivían, entremezclados. Uno sería el castellano estándar, utilizado en medios de comunicación, educación, etc. Otro sería el castellano dialectal, el que es de uso diario en esta tierra, con sus variaciones gramaticales y léxicas que le alejan del modelo estándar, plagado de influencias e interferencias en mayor o menor grado del tercer código. Que sería el montañés o cántabru o las hablas locales: un código con gran capacidad expresiva, estructura y lógica propias, vivo en algunos lugares pero sujeto a una fuerte diglosia y una degradación progresiva por su falta de modernización.


No digo que me guste porque crea en su veracidad científica o porque tenga pruebas de su idoneidad. Sino porque encajan con mi experiencia personal. Me permiten identificar en qué me educaron en casa, en la escuela, en qué hablo yo, en qué escribo, en qué escriben, en qué hablan. Me tranquiliza, me sosiega en la búsqueda de mi identidad lingüística.

Estoy en paz.

25 abril 2013

Siglu I nación, añu 1978 redención

Prendiendo la lumbre doy con un artículu enteresante del marzu pasáu (serendipia analógicu). Es de Carlos Ruiz, presidente de ADIC y paez la rispuesta a otru anterior d´un catedráticu madrileñu que daba en proponer la esapaición de Cantabria cumo utonomía y la su unión con Castilla. Y diz Carlos:

Durante el siglo XIX a Cantabria ya se la quisieron repartir y se nos quiso integrar con diferentes regiones como si no tuviésemos entidad propia y sin contar con los cántabros. Pero si nos retrotraemos al siglo I tenemos que Cantabria era un pueblo, una nación reconocida y respetada por los romanos, siendo uno de los pueblos al que más le costó doblegar al Imperio Romano. Ya desde entonces hemos dado muchos vaivenes a lo largo de los siglos, nos han ninguneado, se han repartido nuestra tierra e incluso intentaron que olvidáramos nuestra identidad, pero al final aquí seguimos con nuestra Comunidad y nombre de siempre: Cantabria.

Nel siglu I éramos nación y desde aquella too juerin acumitías, engarras y aluchas pola nuestra supervivencia... jasta 1978, añu nel que too esu acabó y alcontramos el nuestru lugar nel mundu. El iniciu y el final, marcáu por un nombre, Cantabria. El nombre cumo quintaesencia de lo que somos y un marcu pulíticu del siglu XX cumo destinu milenariu.

Jasta que no tengamos claru que la nuestra identidá tien más que ver cona burguesía mercantil del Sanander decimonónicu que con un guerreru del siglu I, mal vamos.

18 abril 2013

Ateneo Cántabro 1996

Enreando entre libros alcuentro esti folletu del Ateneo Cántabro entarajiláu por ADIC en 1996. ¿Cumo sedría abora? Siguru que bien destintu.



 

11 abril 2013

Sigui la omertá


Gracias a Google que la pon vien altu al buscar Fraile y Blanco, la entráa de la vecera atentu a esta empresa tien tuvía un güen de visitas y comentarios. En rialidá era d´una rivista, Cantabria Económica, que jacía el aquel cumo d´estapar un casu iscandalosu pero que no dicía too lo que supía. Abora es otru meyu de la editorial d´esa rivista, la radiu Azul FM, nel su programa Buenos Días Cantabria quin está cerniendo too lo que se llevarin en Fraile y Blanco. Con tantos cuartos jicierin amigos en toos los bandos (PP, PSOE, PRC) polo que nadie más paez querer icir ná. 
Omertá cántabra.

03 abril 2013

Corrutu

Nel Nansa tamién lo saben