20 junio 2006

Tierra verde

A los que aún nos duele nuestra tierra verde
En la bolera empieza a crecer una yerba de campo silvestre. Ya no se oye el tintineo de la pequeña fragua ni el pregón largo del lencero, bromista errante de los valles. Ni se abre la puerta de la taberna…

Yo no sé adónde han ido a parar las jaulas del corredor del capellán con unos ruiseñores que cantaban a sus amigas las estrellas.

¿Qué ha sido de las cruces del cementerio?

Cruces bajitas, toscas, sin pintar, de vagabundos viejos que murieron en la orilla de la carretera, debajo de los puentes, en los establos. Cruces blancas de niños y de doncellas…

Caras que hacen pensar en cosechas perdidas, en bienes que se están fugando, en sobresaltos recientes, en malos presentimientos. Rostros que recuerdan penitencias, fatigas inesperadas, tardanza de las cosas que más se desean o cercanía de las cosas que más se aborrecen, perplejidades de inocentes, entusiasmos que se van perdiendo, dudas y protestas que no se atreven a salir de la imaginación…

Los ojos no miran como hace veinte lunas.

Ojos que han perdido su estilo de mirar dulcemente a la recolección en promesa. El mirar de hora es como si allí, en aquella tierra verde, se hubiera perdido la inocencia de hija, como si entre las espigas se escondieran asechanzas obstinadas de malos ojos, enemigos de nuestra paz…
Manuel Llano. Dolor de tierra verde: pérdidas

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