Ahora que parece imparable la creación de un gran centro de estudios sobre el castellano en Comillas, sea quizás el momento de plantearse si sería oportuno que el montañés o cántabru tuviera cabida en él. Lo primero que habría que resaltar es que la creación de dicho centro puede convertirse en un gran proyecto. Atraer la atención internacional con un centro cultural que aportará dinero a la región sin destrozar sus valores naturales y protegiendo el patrimonio arquitectónico es ya de por sí un gran éxito. Poco importa cual fuera la cuna del castellano; Cantabria tiene la legitimidad para crearlo y poner en valor un patrimonio propio tan importante como es la lengua que compartimos con millones de personas en todo el mundo. Es la lengua de Pereda, de Llano, de Amós de Escalante y de todos los escritores pretéritos y presentes que ha dado nuestra tierra, por lo que forma parte de nuestra cultura.
Sin embargo, a la sombra de tan ambicioso proyecto y tan impresionante patrimonio como es el castellano, cabe preguntarse si no sería pertinente reservar un lugar adecuado a ese otro patrimonio lingüístico que muere en nuestra comunidad: las hablas tradicionales de Cantabria. Algunos políticos parecen insistir en despreciar este patrimonio para realzar el otro, cuestión que descubre su ignorancia. ¿Acaso defender las hablas de Cantabria significa rechazar el castellano? ¿Qué impide reservar espacio y tiempo para estudiar y fomentar nuestra riqueza lingüística propia?
Aunque claro, pensar que se va a hacer algo en el Campus Comillas cuando no se hace ni en la Universidad de Cantabria y en la Consejería de Cultura es como pensar empezar la casa por el tejado. Y a pesar de toda la ilusión que ponemos en ello, no acabamos de verlo claro.
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